Ong-Bak ha marcado un antes y un después en el cine de artes marciales, y supone un soplo de aire fresco a un género que ya empieza a acusar los efectos de un exceso de efectos digitales y cables, todo ello para enmascarar, en muchas ocasiones, la falta de talento de los actores implicados.
En esta era digital en la que mucha gente intenta aparentar ser una estrella de artes marciales, resulta consolador encontrar verdaderos maestros que demuestran que la realidad puede ser más emocionante y llegar a superar la ficción, y que, con una debida entrega constante y duro entrenamiento, no hay motivo para recurrir a la parafernalia a la que el cine de Hollywood nos tiene acostumbrados.
El gran acierto de Ong-Bak, está en la revelación de su estrella protagonista, Tony Jaa, el cual, por encima de sus más que obvias habilidades, se revela como un espléndido luchador capacitado para tomarle el relevo a las grandes figuras del cine de artes marciales.
Cuando el director Prachya Pinkaew observó los elegantes, sofisticados y a la vez letales movimientos de Tony Jaa, comprendió que la acción de su película debía ir orientada a la exhibición de este arte marcial, y más concretamente de estos movimientos que nunca antes habían sido mostrados en una película.
Pero lo que hace de Ong-Bak una película especial no es sólo el sistema de combate mostrado durante los enfrentamientos, sino la manera de rodarlos, de manera que quedaran escalofriantemente realistas y auténticos.
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